viernes, agosto 17, 2007

Otro destino


Mirabas la noche con la humedad de tus lágrimas. Mirabas en círculos de duda al cuerpo sostenido de esa figura destrozada por el agua. Rítmicas las voces de sujetos sin rostro derribaban la constancia de una oración, de la distancia expresada por esos labios ya muertos hace mucho. Sólo mirabas. Mirar, mirar la profusión de ríos confundidos con el nombre único del amor perdido, de la rosa órfica derretida al costado de tus brazos. Nada que hacer. Sólo respirar al hondo abismo de la duda, del no retorno, de esas extensiones parecidas al nacimiento forzoso, o el saludo ante un día caluroso y dormido.


Sólo esperar a que la escarcha de una mañana invite a ser recorrido de brujas en su retorno amalgamado de distancias. Sólo esa espera consonante, de quejidos cada noche -cuando los labios se conviertan en ángulos de piel muerta- y tal vez la recompensa pueda ser la salida de emergencia hacia cualquier parte.


Sólo observabas tus silencios gélidos. Y ese espejo de corrientes recitando tu nombre con la propiedad de un carnicero en espera tortuosa de vicios desmedidos. Sólo esa razón y tú esperaste. Fuiste una más de las que dijo que el corazón se salvaba de las inundaciones y por lo pronto la cabeza rodó igual o más que la cintura destrozada y las manos ya no fueron la salvación de un amor sino el lazo efímero con las sombras de los cuchillos y los minerales fríos. Y sólo fue esa mano la que derrotó la caricia cuando dos o tres disparos dieron al traste con las consideraciones de una palabra mal invocada.

Eso fue todo. Tan sencillo como un abrazo. Desesperado cual una fuente de sanguinarios lobos. Y quedaste mirando esa misma agua que corrió cuando desnuda olías a los poros y a las bocas insaciables de bestias con lenguas salivares de fuego y esencias podridas. Y fue la misma agua la que hizo de un cuerpo la nostalgia del siglo y la que hirió de muerte al silencio y la inocencia.

Esa agua que muerte trajo y que inútil desesperó en tu regazo de asesina en potencia. Esa mezcla adoquinada de suspiros, de frases injuriosas, de célebres quejidos.

Todo en una noche. Fría noche la de ambientes vueltos hielo de azúcar. Fría noche en sextantes de participación y epitafios donde las luces no eran más que ojos esperando una nostalgia discreta. Noche eterna en vuelcos sobreabundados, fríos desiertos de invierno y tosco caminar de caídos en las pupilas de fortuitos como tú mujer, mirada a la vera de la misma sensación de redondez fantasmagórica.

Mujer sostenida en esas mismas lágrimas que rodaron en círculos de duda al cuerpo sostenido de esa figura destrozada por el agua.