Cada vez que llegan estos días de reflexión me pongo nostálgico pues pienso que no puede haber nada nuevo, o que las ideas, por más arriesgadas que sean, no llegan más que a una ensoñación de días o de minutos.
Sin embargo no hay que desfallecer. Después de todo un año de preparación, que dio con la feliz publicación inicial en la revista FQS sobre ciencia social performativa, la preparación del cortodocumental sobre los géneros discursivos en la vida social está tomando forma. Al principio de año pensé que los tiempos iban a ser relajados, pero no lo fue así; por el contrario, todavía en este fin de año estoy, en colaboración con un compañero de comunicación social, en la edición de este texto visual que ya está en una fase de formación. Eso es bueno. También es nostálgico, pues son tiempos que podrían ser utilizados para descansar o para leer todas las novelas que tengo pendientes y escribir un buen rato, pero ese es el precio de la investigación, sobre todo en una sociedad en la que se cree que esta rama del conocimiento corresponde sólo a ciertos segmentos de intelectuales dominados por sus egos y sus bolsillos.
La nostalgia por lo que se quiere es, por consiguiente, más fuerte que los problemas que se pueden presentar día a día. La nostalgia por el reconocimiento hará que este esfuerzo tenga muchos interlocutores y que se pueda sembrar la semilla en latinoamérica sobre nuevas formas de investigar en el campo de la psicología.
Esa es la apuesta. La convicción y la empresa, bueno, una de varias, pues este poder increíble en la fragmentación hace que las tareas únicas sean imposibles.