lunes, junio 04, 2007

Grafología en dos actos


E
scribiré su nombre al firmamento de estos besos ajenos. Uno, dos, tal vez tres palabras dispuestas ordenadamente tras el escritorio que se convertirá en sólida madera podrida de recuerdos; dos, tres palabras que detendrán el sentido de un nombre, la conjugación explícita, la consumación de esos sustantivos propios. Escribiré ese nombre ahora convertido en mujer que me mira. Me escribirá en la frente, con trazos indelebles de caricias perdidas. Saludará al tiempo, al reloj, a los gatos, a la acera, al papel creador, al siniestro maestro que se esconde en mis rodillas. Sostendrá del hombro un espejo como el mío que de pronto empezará a reír en carcajadas no estrictas, pero sonoras. En gritos no articulados. La mujer reirá del que escribe a espaldas del viento, tras cientos de butacas que sostienen lápices sin punta, sin la perfección del tajalápiz.


Reiré del asombro y aquella observante con su cabello dorado espléndido en la estoica marea, el quicio de la puerta, la sensación de abandono tras su maquillaje azul en los ojos. Ojos rientes al amparo de mis párpados, ojos que mostrarán al oficiante la cruz de sacrificio, la vuelta a la hoja que sin cesar me mirará. Hoja árbol al canto de unas manos parecidas a las mías, frías al costado, indómitas al servicio de los abrazos. Hoja que en sus ojos se estrechará y oficiará la partida, el deseo incrustado a los zapatos, la insólita sensación de ser escrito, de ser apuñalado en costados rectilíneos o sustantivos o simplemente abiertos a la delineada acción de parásitos con forma de labios rosados.

Traeré a la memoria el borrador que nadaba en este lápiz. Lo miraré fijamente con el asombro de un perdido encanto amazónico y de un trazo borraré ese nombre. La caída vendrá hacia mí y no tendré más que dejarme ir, abandonar en intentos fallidos, en actos ilógicos de gastronomía bogotana, en tratos oscuros tras callejones con salida, sobre libros no leídos en las facultades de la nada, en tristes angustias no generalizadas, en su caída a ese abismo solo conocido por las partes débiles de mi cuerpo. Borraré ese nombre (esas tres palabras), borraré las sombras creadas que miran a la mano borrando (esas mismas sombras que aletearían cuando su nombre fuese pronunciado en sílabas consonantes y asonantes), borraré las sombras que alimentan el sentido del borrador, del lápiz infinito que sin cesar me mirará con ojos de cordero degollado; borraré a ese borrador que me borra paulatinamente, que mina las caricias, que asalta la fe, la atropella, la insulta con ajenjo, la mezcla entre adioses y recuerdos idos y nostalgias perdidas, nunca conseguidas.

Los trazos quedarán en un tenue murmullo expandido, deshecho en fibras sintéticas, en negros puntos dirigidos a la cesta de basura más cercana. La hoja en un impulso me mirará desnuda. Yo también la observaré.

Desde un punto de la habitación una sombra pronunciará mi nombre.

La invitaré a que me siga.

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