jueves, mayo 17, 2007

CEREMONIA


La campana de la iglesia tañerá las dos de la mañana mientras te desnudas en la oscuridad del cuarto. Serán dos minutos en los que la noche entrará tímidamente en esa piel mortuoria a la vez que unas manos -tal vez las mías- recorran el vértigo del abrazo, de la distancia proferida a través de laberintos de huesos.


No dirás nada, sólo abrirás las manos como la oficiante de un rito oscuro y el íncubo perfecto de los ojos sondeará que al vino su esencia no detiene la marea del deseo y en vano gritarás a las márgenes de la ventana y olerás mis piernas como en busca de una infancia, un susurro, un quejido solemne. Yo, mientras tanto, diré la oración de inicio (como el vaho incendio de una catedral sonrojada) y las luces de los dedos guiarán el oficio.


Tacto perverso, tacto indolente en remolinos dibujados, solamente referidos, sólo dichos tras los cuartos de una abadía que en verano abre sus puertas a los creyentes de paso. Germen de manos invadirá la posada antiquísima. Germen tras manos queridas, como esas de abuelas dolientes, olerán el cuerpo adorado, la reliquia sagrada, el monumento de la caricia. Mirarás al abismo de esta sola iglesia derrumbada.


Y dirás que ya no es suficiente. Que el credo infinito ya no abarca los besos de hadas encantadas, que la razón con epitafios sólo absorberá las pocas fuerzas de tu alma y lentamente (en círculos de pasión santa), la ilusión devolverá el rito hecho jirones, hecho plasma putrefacto, transformado en negros destellos de un dios marchito.


De allí que encenderás tu propia hoguera, oh cierva encantada de demonios, para arrojarte a los brazos de la parca perentoria y yo sólo tendré que observar tu partida y los lazos de piel cada vez más difusos, cada vez más contenidos. Cerrarás el oficio de un saludo latente. Tu desnudez será más transparente; aquellas manos que rendían el culto del encuentro serán aves de rapiña en su vuelo delicioso a las alturas del destierro y sólo quedarán vestigios de un olor, del perfume, de la piel contagiada de espasmo, de estulticia, de marea estropeada.Casi en dos segundos desaparecerás. Fríamente. Sólo la voz de una tonada lejana traerá mi mente al estado confuso de lo cotidiano, de lo escueto. Y escucharé allí tu voz: esa que nunca había escuchado (ni siquiera en mis más profundos sueños) y como tal la duda girará en brincos alrededor de la estancia y proferiré mi última oración, la penitencia, mientras que en el suelo queda un montón de cenizas.

2 comentarios:

Unknown dijo...

PROFE ESTE BLOG ESTA..COMO DECIRLO???... ESPECTACULAR...LA VERDAD ME PARECEN EXCELENTES LOS ESCRITOS Y ME GUSTA LA MANERA COMO INTERPRETA EL ROL DEL PSICOLOGOA TRAVÉS DE LA NARRACIÓN QUE AL FINAL SE CONVIERTE EN EL VEHICULO PARA ACCEDER A OTROS...LO QUIERO FELICITAR Y QUIZAS ME ANIME A RECUPERAR ALGUN ESCRITO VIEJO YENVIARSELO...ATT ANGELICA

Tatiana dijo...

1) Consideramos que el punto de vista desarrollado en el cuento “el café de la mañana” está en estrecha relación con la situación que Miguel Avellano vivió en esa mañana, ya que el texto nos narra los sentimientos, emociones y pensamientos encontrados con su presunto asesinato. Esto nos permitió ver todo aquello que el experimentaba en relación con el miedo a su muerte e involucrarnos con aquel ambiente que lo rodeaba en ese momento.

2) pensamos que este texto tiene los tres principios de la ley de interés, ya que su comienzo significativo otorgó elementos llamativos que nos atrapó para continuar con la lectura hasta su final, como lo es el tema de la muerte en una persona que acaba de despertar y que sabía que su asesino iba a ir por él y no hacía nada para evitarlo.
En cuanto al desarrollo variado observamos que en ningún momento satura al lector ya que se juega con los mismos elementos en el transcurso del cuento pero que nos permitió ir construyendo y tejiendo historias alrededor de la situación.
Por último tiene un final carente de rotundidad porque nos dejó pensando en el final, permitiéndonos recrear una historia a partir de la situación que Miguel estaba viviendo.

Tatiana Lemus Pérez
Malka Manjarrés Rodríguez
Manuel Samacá Martínez